Era la madrugada. Mi madre y yo mirábamos en silencio la salida del sol en un nuevo día, el séptimo día de la Shiva de mi hermano. Mi hermano Nadav Elad había sido un soldado de las Fuerzas de Defensa Israelí en una de las unidades de élite de los paracaidistas.
Deberíamos haber odiado el sol, iluminando un mundo que parecía tan quebrado para nosotros ahora. Sin embargo, mi madre suavemente puso sus ojos en la vista desplegándose a través de la luz, y con profunda gratitud dio las gracias por su existencia. La luz, dijo, había sido testigo de la presencia de Nadav en este mundo, como nosotros. Y así somos socios ahora, celebrando su memoria juntos y dando testimonio de que él había vivido bajo el sol.
“¿A través de qué parte se puede ver a una persona? Desde dentro del negro del ojo”, enseñaron nuestros antepasados. El arte de la luz es nuestra capacidad de ver a través de la oscuridad. Ojo, Ayin, en hebreo, es donde nos encontramos con Oni, la pobreza de este mundo. Pero también es donde nos encontramos con Aniá, la respuesta a la misma. A través de la oscuridad vemos el borde de la luz, a través de la ruptura vemos el borde de la visión. Oramos por nosotros y por nuestra comunidad humana, para que nuestros ojos penetren la realidad y más allá de ella vean un nuevo horizonte.
Era la madrugada. Abrazándonos, mi madre y yo dimos gracias a Dios por la luz que Él nos había traido, iluminando ahora las sendas por donde Nadav había vivido. Ese día las palabras de Dios: “Sea la luz” que habían iluminado un universo, atravesaron la oscuridad iluminándonos, creando un nuevo mundo dentro de nosotros, una razón para vivir, para amar. El sol salió por sobre nuestras cabezas, al unir nuestra voz al Uno eterno por los siglos susurrando a través de todas los vericuetos de la existencia. Nosotros le susurramos al alma de mi hermano, a cada alma humana: Sea la luz.
Rabino Tamar Elad-Appelbaum es Decano Asociado del Seminario Rabínico Schechter en Jerusalén. www.schechter.edu
