A los 12 años yo era una oveja negra certificada. Entre mis afeminadas travesuras y mi declarada condición de “nerd” desesperaba por un milagro social. Naturalmente, veía en mi inminente bar mitzvá una tabla de salvación: el puente para encajar. Alrededor de esa época comenzaron a aparecer cosas raras en mi casa. Un día se materializó sobre la mesita de café un libro llamado Poniendo a Dios de Vuelta en la Lista de Invitados. Cuando mi familia convocó a nuestra primera reunión de bar mitzvá todo confluyó.
“Hablemos de la temática de la fiesta. Yo pienso que podría ser algo de cine o de viajes”, dije.
“Oh, tendrás una temática” dijo mi mamá impasible. “Será JUDÍA”.
Entré en pánico. ¿Qué clase de temática era esa? Puse a prueba sus límites. ¿Qué tal un montaje en video de mi vida? No. ¿Una música tecno bailable con un DJ? A los adultos no les gustará. ¿Qué tal una fiesta de chicos por separado? No está en el presupuesto. ¡Increíble! No quería ni siquiera ir, mucho menos ser el anfitrión. En lugar de música tecno, la banda tocó YMCA y “¿Me amas?”. La multitud bramaba. Entretanto, planté un chip en mi hombro y lo mantuve allí. Por años, incluso, le dije a mis padres que mi bar mitzvá había sido “pésimo”. ¿En retrospectiva? No era la verdad.
Recientemente, desempolvé el video y lo miré. Allí estaba yo bailando, riendo y divirtiéndome. Observé a través de nuevos ojos cosas tales como nuestros centros de mesa: habíamos llenado canastas con comida enlatada y las donamos a un banco de alimentos. ¡Qué bueno estuvo eso! Si pudiera volver a vivir la experiencia de mi bar mitzvá estaría agradecido. Agradecería a mis padres por insistir en que el día tratase sobre la familia, la tradición, la tzedaká y la responsabilidad. Les diría cuán feliz estoy por sus valores, y cuánto anhelo pasárselos a mis hijos. Sabría que realmente tuve un bar mitzvá profundamente significativo- Con temática judía y todo.
Brian Elliot es generador de cambios, tecnólogo y fanático implacable de los juegos de palabras. . www.brianelliot.net
