Pensaba que había arribado varias veces a la madurez al momento de llegar a los 30. Después de todo, había sido bat mitzvá, aceptando el desafío de leer la Torá y la Haftará y de recitar plegarias y discursos sobre mi ingreso a la adultez como judía. Pasé por la Confirmación a los 16 años, participando de un nivel de investigación y análisis intelectual que seguramente llevó a mi judeidad a un nivel más maduro y sofisticado. Me había casado, ¡por amor de Dios! Usé un vestido blanco y tomé solemnes votos ante Dios y mi familia, ingresando a un pacto de acuerdo con Moisés y las leyes de Israel.
¡Había sido madre! Di a luz dos veces sin drogas y mi segundo hijo nació en mi casa. Estaba lista para parirlo antes incluso de que llegara la partera. Sin dudas, estas experiencias particularmente intensas y reafirmantes de la vida se sentían como momentos de llegada a la madurez. Lidié con el amamantamiento de mis dos hijos pero finalmente recibí la ayuda y el asesoramiento que necesitaba, y era la madre competente y “suficientemente buena” de dos hijos. Pensaba que había alcanzado la madurez más veces y de más maneras que la mayoría.
Entonces, me divorcié. Ese, sin embargo, no fue el momento de la llegada a la madurez. Sí lo fue lo que sucedió después del divorcio: ser padre conjuntamente con alguien con quien solías vivir pero que ahora es la persona con la que tus hijos viven el 50 % del tiempo.
Desde mi divorcio, me he visto forzada a armarme de más valor de lo que jamás había hecho para afrontar las cosas de modos en los que nunca lo había hecho. Tengo que alcanzar niveles de entendimiento y comunicación y mostrar compasión de la mejor manera posible porque todo se trata de mis hijos. Dejar a un lado mis heridas, mis temores, mis resentimientos y mi indignación en beneficio de mis hijos ha sido la experiencia final de llegada a la madurez así como la más desafiante. También ha sido la más gratificante.
Mayim Bialik es actrtiz, autora, madre y neurocientífica. www.mayimbialik.net
