Las desatinadas y malas decisiones que tomé durante mi temeraria transición hacia el final de la adolescencia me llevaron a ser arrestado el 11 de agosto de 1987. Las puertas de la cárcel se cerraron y me recluyeron dentro de jaulas y paredes. Durante los siguientes 9500 días viví como un prisionero, frecuentemente pisando charcos de sangre derramada por la violencia interna.
Aún así, durante esos 26 años aprendí mucho. Me inspiraron las historias de hombres y mujeres valientes que soportaron las atrocidades de Sobibor, Auschwitz, Buchenwald y otras afrentas indignas. Ellas me convencieron de que la actitud y las percepciones eran la clave para emerger más fuerte que al principio, cuando los guardias encerraron mi cuerpo con cadenas y grilletes. Aprendí leyendo narraciones que mostraban cómo hombres y mujeres se empoderaban a través del compromiso de hacer un mundo mejor, aún a pesar de los desafíos que afrontaban.
Me arrepiento de mi fracaso para aprender de grandes líderes como Viktor Frankl, Eli Wiesel y Primo Levi cuando era un hombre joven. Si hubiese comprendido más su filosofía sobre la responsabilidad que le cabe a cada individuo en construir una sociedad mejor no me habría involucrado en la clase de comportamiento que condujo a mi encarcelamiento.
Nunca es demasiado temprano o demasiado tarde para recibir mensajes como estos. Cuando concluí mi obligación con el sistema penitenciario el 12 de agosto de 2013 sabía mucho más que cuando esas puertas me encerraron y mucho más que cuando comenzó mi vertiginoso descenso hacia al delito. Me habría gustado saber entonces lo que sé ahora.
Michael Santos es conferencista motivacional. Pasó 26 años en una prisión federal. www.michaelsantos.com
